martes, 2 de noviembre de 2010

ELLAS.

Quién aunque tenga 50 años no piensa en las veces que correteaba por su casa, creando escondites y espacios donde la imaginación jugaba sin límite, inventándose amigos invisibles.

La infancia es el periodo que perdura y perdura, no sólo en nuestra memoria, sino en lo que somos, forma parte de ello.

Muestra de esto son los recuerdos de la guardería, inconscientes de todo, sin saber muy bien lo que significaba la palabra ''amigo''; el tiempo siempre juega en nuestro campo, de repente te pasas los años de primaria creyendo que tu clase es la mejor, que tus mejores amigas son esas y no más, te cruzas por los pasillos con gente que conoces de vista y pronuncias monosílabos que sin saberlo recordarás más adelante. Sigues pasando de curso y toca la mudanza al edificio de los mayores, cantidad de novedades, mezclas, nuevos horarios, nuevos profesores. Y una clase de inglés extra por la tarde en la que te reencuentras con una conocida de la guardería.

Qué tópico, ¿no? Empezáis a hablar, volvéis juntas, compartís temas tabú, horas muertas en el portal y alguna que otra clase cambiada por un café y un té. Los viernes por la tarde son aquellos que se pasan de aquí para allá sin echar raíces en ninguna parte, bolsas de pipas, la primera borrachera, la primera bronca, los imposibles, los pañuelos de papel en una cafetería... Compartiendo generación, etapa y vida.

Decisiones, decisiones importantes, separación, letras, ciencias, y Capote, una en ciencias, dos en letras; y nunca se discutía sobre si una rama era mejor que otra. Recreos en el mismo banco y si algún día llovía, los apuntes de historia servían para sentarse en el mismísimo suelo, nada de quedarse encerradas. Duros viajes de autobús, sustos y lágrimas con las películas más tontas del mundo y tramos imposibles camino de Santiago. Los regalos y sorpresas cuando abríamos los pupitres, una frase, dos, un caramelo, daba igual, cualquier pequeña cosa se guarda aún como un tesoro. Los dolores de cabeza de las clases de historia, el fiso y las respectivas notasde clase, los interminables deberes de inglés para algunas y las veces que pronunciaban mi nombre en esas clases. Hasta me sentía importante.

Ese verano de los 18, IMPARABLE, con los secretos que dejan las calas de Marina del Este.

Y el notición de Capote, su camino, su Norte, familia, lo encontró.

La universidad nos hace fuertes, aunque cada cual esté en algo distinto, nada nos quita las ganas, los recuerdos y lo que nos importamos, misma hora, mismo sitio. Dicen que el primer año es el más duro, y no lo pongo en duda, pero siempre quedarán esos números de teléfono que te sabes de memoria.

Son tantas cosas que se comparten, que parece que vives tres vidas a la vez y esque cuando una cambia su rumbo o está en un punto de inflexión dentro de su montaña rusa particular, tú estás a su lado pasando por ese looping.

Ahora ya son dos, dos y dos, y una. Su felicidad es la mía.
A la terremoto le tocan vivir ahora cosas increíbles, de esas que no sabrá ni cómo contar en sus novelas, de esas que no podrá explicar, de esas que lo que harán serán robarle las palabras, y aquí estaré para escuchar atentamente sin necesidad de palomitas cómo intenta explicarme lo que le pasa por dentro, en mi butaca, sonriéndo por ambas.

Porque con ellas, siempre soy la niña que seré.

1 comentario:

  1. ¡Tú eres tonta!
    ¿Os habéis propuesto todos dejarme sin palabras o qué? No vale, jopé... ¡qué entrada más preciosísima!
    Me has hecho reír tooodo el rato, sobre todo con lo de los apuntes de historia, ya ves tú, ¡qué buen uso que les dimos! jajajajaja
    Aiiinsss... conmigo, con nosotras, entre nosotras... siempre podremos ser quién queramos ser... :)

    Baaaah, pequeña terremoto, te lo has ganado tú solita... ¡TE QUIERO UN MONTÓN! (L)

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